miércoles, 29 de enero de 2014

En la calle (Relato Corto)



      De nuevo sintió frío bajo la gélida mañana que amanecía de repente ante sus ojos.

-         Un día más - pensó.
        
Ya no había ilusión en su alma, había dejado de soñar cosas bonitas desde hacía bastante tiempo.

-         ¿En qué se había convertido el tiempo? - volvió a pensar.

Sentía las extremidades tan lánguidas como su alma, sus ojos tan pesados como sus pies del largo caminar y su corazón tan vacío como sus bolsillos.

¿Cuándo había sido la última vez que se había mirado a un espejo?, quiso recordar, ya que su mente se encontraba inerte de recuerdos, vacía de experiencias y muerta de sueños.

La vida...

La vida la había tratado mal, se sentía desnuda al enfrentarse cada día a la soledad de las calles. Todos la miraban como si ya no fuera nadie, como si su pasado hubiera dejado de importarles.

-         ¿A quién le importo? - se preguntó a sí misma.

Se había convertido en un número más en las largas colas del paro, en las del ayuntamiento, comedores sociales, etc.

Estaba convencida de que había dejado de remar.

Ya nadie le daba esperanzas de tener una vida digna junto a los demás, había perdido todo por lo que tuvo que luchar y conseguir con tanto esfuerzo.

Se levantó y caminó.

Sus fríos pies se arrastraban abriéndose paso en la nieve y se frotaba los brazos con sus propias manos dándose calor, recordando que una vez tuvo mejores despertares.

Cuando sintió que su estómago hablaba por sí solo, se acercó a la panadería de Doña Julia donde le daba cada mañana un bollo de pan para llevarse al buche.

Después de llevarse algo a la boca, volvía a lo que se había convertido en su casa en medio de la nada en la ciudad.  Cabizbaja y triste iba a refugiarse de nuevo entre cartones y mantas prestadas.

Pero aquella mañana, algo fue diferente, vio a un joven que tampoco tenía para comer y leyó su historia plasmada en un trozo de papel en medio de la calle. Al final de la nota decía: "si me ayudas, te recompensaré".

Le apenaba tanto que no dejaba de preguntarse qué hacer, pero incluso ella misma se había convertido en vagabunda al perder su trabajo, su casa, sus amigos y su dignidad por la maldita crisis.

Pero aún le quedaba algo de pan que había reservado y se lo dio a aquel chico de mirada dulce. Se fue de allí lamentando no poder hacer nada más por él. Entonces pensó, en que si pudiera volver al pasado, todo el dinero que derrochó podría haberlo compartido con toda la gente necesitada.

Se sintió triste y cuando llegó al refugio pasó largas horas pensando en él, en que estaría solo en el mundo y no contaba con la ayuda de nadie. Fueron tantas las vueltas que  le dio a la cabeza, y a su corazón, que volvió al lugar donde había visto al muchacho y allí lo encontró aún inmóvil. Se paró frente a él, que se encontraba con la cabeza gacha.

Nadie le había dejado aún monedas y un sentimiento de profunda tristeza la invadió.

En aquel momento, sin importarle el mañana, se metió la mano enguantada en el bolsillo del abrigo y echó en el cuenco algunas monedas que había conseguido pidiendo.

En aquel momento el chico levantó la cabeza lentamente mostrando una sonrisa en su rostro y la miró a los ojos. Elevó sus manos al cielo y dio gracias a Dios de que un alma caritativa le ayudara.

El chico se levantó, se acercó a ella devolviéndole el dinero que había depositado en el cuenco y, cerrándole los ojos, le susurró al oído:

-         Esto que me das se multiplicará por mil veces mil.

En aquel momento una oleada de viento se levantó a su alrededor haciendo desaparecer a aquel misterioso niño, dejándola sin palabras y sin explicación por lo que había sucedido.

Meses más tarde, cuando volvió a tener trabajo, recuperó su posición social, creó su propia empresa y se convirtió en una mujer de negocios, comprendió que el chico le había traído suerte dejándole una lección de vida: “cuando dejamos de ser egoístas compartiendo lo mucho o poco que tenemos, la vida nos lo devuelve con creces".

Y desde entonces no olvida cada día ayudar a los demás. Nunca pensó que esa fría mañana, que le sonrojaba la nariz y las mejillas, aquel muchacho fuera a darle una nueva oportunidad.

©Leticia Mestre   






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