Tal vez por escribir
sobre algo que la gente siempre aparta la vista, no lo acaben leyendo.
Tal vez algunos
dirán que no era necesario escribir esto.
Pero, tal vez, para
mí, sí era necesario compartirlo.
Noviembre de 2006.
Llevaba un mes
perdiendo peso de forma inesperada, llorando a cada momento y nada me hacía
feliz repentinamente. Empecé a sentir presión en el pecho y a faltarme el aire.
No comía todo lo que
debería, no por verme entrada en kilos, sino porque no me entraba nada en el
estómago de los nervios.
Era feliz, soñadora
y alegre, pero nada ya me hacía feliz.
No sabía qué me pasaba. Incluso al trabajo
iba llorando y atendía a mis clientes entre lágrimas y sofocos.
Empecé a encerrarme
en casa más de lo normal y la cama era mi mejor compañera. Pasé a no saber escuchar
a los que más me querían, me sumía en mis propios pensamientos y pasé a ser una
chica llena de miedos e inseguridades.
Mi madre, preocupada,
me llevó al médico. Nadie sabía lo que tenía, incluso yo no entendía qué me
pasaba.
Y un día de noviembre,
mi doctora me diagnosticó “depresión”.
-¿Depresión? - me
pregunté encogiéndome de hombros mientras miraba a mi madre con los ojos
abiertos como platos.
¿Qué era eso? Nunca
había visto a alguien con depresión, era muy joven y nunca
había sido consciente de todo lo que implicaba esta dolencia. Además, “depresión”
no sonaba nada bien, era como estar mal de la cabeza, como no tener conciencia
de la realidad. Asistir a un psicólogo o psiquiatra sonaba a“estar
loco”y yo no me sentía así. Me abrumaba la
situación.
Después de mandarme
el tratamiento para la depresión, volví a casa pensativa, aunque aliviada de
saber lo que padecía, pero preguntándome por qué me había tocado a mí. Por lo
que repasé mentalmente los últimos meses de mi vida y, aunque era cierto que
habían ido algunas cosas mal, no creía que fuera para tanto.
Reconozco que al
principio no tomaba los antidepresivos porque me negaba a reconocer que
necesitaba de unas pastillas para mejorar mi estado de ánimo, así que probé
infinidad de remedios naturales para ayudarme, pero cada día fui empeorando,
como si por momentos estuviera cayendo al vacío. Así que tuve que aceptar que
tenía un problema y empecé a tomar las pastillas un mes después de que se me
diagnosticara esta dolencia. No fue fácil, pero creo que reconocerlo fue el
primer paso.
Al principio no
hablaba sobre ello, sentía que era un estigma que me había tocado cargar, tenía
vergüenza de reconocer que tenía depresión, no podría explicar por qué, pero
sobre todo tenía miedo de que la sociedad me etiquetara y me diera de lado,
como a algunas personas que empecé a conocer con el mismo problema y se sentían
solas porque la gente se iba alejando poco a poco, tal vez por no entender o
porque ayudar en exceso cuesta y no todo el mundo está preparado para ello.
Seguía perdiendo
peso de forma incontrolada y me pesaban cada semana para descartar que tuviera
trastornos alimenticios.
Aun así, yo seguía
con mi vida normal. Iba al trabajo como podía, salía con mis amistades como
podía y todo lo hacía como podía. Hasta que poco a poco fui haciendo menos de
lo que podía.
Perdí mi trabajo,
las amistades se alejaron y la negatividad empezó a atraer, como se suele
decir, mala suerte.
Los tres años
posteriores de mi vida fueron como un ovillo de lana, enredándose cada vez más.
Las relaciones
sentimentales no funcionaban, los amigos se contaban cada vez menos y empecé a
sentir ese vacío que al principio no quería. Escuchar acabó siendo algo
costoso. Incluso para mí hablar, también.
Entré en un periodo
de enfado, porque no comprendía nada y también llegó el momento de estar todo
el día en la cama y el pijama a ser una segunda piel. En esos momentos sólo
escuchaba de fondo la voz de mi madre que se preocupaba de que comiera, porque
hasta eso ya carecía de sentido para mí. Ella… que nunca tiró la toalla
y sabía que lo superaría.
Empezaron las
culpas, hacia una misma y hacia los demás. Llegó un momento en el que llegué a
pensar que todo era culpa de otras personas y sentía frustración. También
llegaron las preguntas sin respuestas. Llegaron los días en el que levantarme
de la cama suponía el mayor esfuerzo de mi vida y que sólo hacerlo era un gran
triunfo.
El dinero dejó de
tener valor y las cosas materiales. Trabajar pasó a un segundo plano porque
como no podía levantarme pues no podía ir a buscar trabajo. Incluso, a veces,
que rompieran el silencio era molesto.
Pero a mi madre
siempre la escuchaba de fondo. Era como el canto de un ruiseñor cada mañana.
Así durante tres
años. Tres años donde para colmo tuve que escuchar que no trabajaba porque era
vaga, que no me esforzaba en salir de la depresión porque no me daba la gana, que todo era
cuentitis, que me tenían mimada o que no quedaba con la gente porque ponía
excusas… y nadie se
paró a pensar que me había perdido dentro de mí misma, resultó más fácil juzgar
que ayudar.
El tiempo empezó a carecer de sentido, las horas pasaban y los
días se conviertían en semanas, meses y años. Todo se vuelve lento y te
preguntas para qué vives.
Gracias a la ayuda de los que nunca
me dejaron, intenté volver a trabajar, más que nada para demostrar que no era
una vaga, pero no lograba terminar la semana de trabajo, empecé a sentir pánico
a los sitios con mucha gente, a no saber canalizar el estrés y el trabajo también
empezó a ser un problema para mí, un problema que llevaba en silencio porque
sabía que nadie iba a comprender. Así me llevé mucho tiempo llorando por este
motivo y tuve miedo a trabajar por temor a no aguantar, para mí empezó a ser un
fracaso personal muy importante.
Antes de empezar con la depresión
cantaba e incluso componía algunas canciones, pero mi voz enmudeció. Por lo que
empecé a escribir poemas, en secreto, para desahogarme y expresar mis sentimientos.
Así fue como pluma y papel empezaron a ser mis mejores amigos y los libros mis
mejores acompañantes de cabecera cada noche.
Durante este tiempo el teatro
también me ayudó mucho a mantenerme animada y en contacto con el mundo, también
me ayudó a tener mi mente en activo.
Junio de 2009.
El año 2009 fue decisivo
para mí, gracias a la ayuda de mi madre, de mi pareja actual, de los que aún
quedaban a mi lado y las nuevas amistades que fueron llegando, saqué fuerzas de
voluntad y tomé la decisión más importante de mi vida: salir de la depresión.
No fue un camino fácil, pero reconocer que la depresión era una
enfermedad como otra cualquiera del mundo y que no por ello tenía que sentirme
excluida, me ayudó mucho a recuperar el hilo de mi vida. Por lo que empecé a
hablar abiertamente sobre el tema, dándome cuenta de que la gente tenía muchos
más prejuicios que yo al escuchar que tenía depresión, me decían que no lo
fuera contando por ahí, que me iba a perjudicar para encontrar trabajo, etc.
Pero eso dejó de importarme, ¡me hacía más fuerte! Empecé a solidarizarme con
esas personas con el mismo problema que yo que habían quedado mudos/as porque
se sentían excluidos por una sociedad que no les habían dado la oportunidad de
expresar sus sentimientos, porque al fin y al cabo son sentimientos que no se
saben expresar y que a veces se pierde la llave del diario donde una vez se
escribieron tantas cosas y por ese motivo se necesita ayuda.
Entonces decidí romper tabúes, porque una persona con este
problema, con el oficio adecuado, puede desempeñar su trabajo como cualquier otra
persona, puede llevar una casa adelante, tener hijos y criarlos dándoles una
buena educación, puede viajar, vivir la vida a pesar de sus días nublados,
puede reír, contar chistes. También llora desconsoladamente sintiendo el peso
del mundo a sus espaldas, pero al día siguiente puede pintarse los labios de rojo,
ponerse unos buenos tacones y salir a la calle con su mejor sonrisa, o si es
hombre, peinarse, echarse su mejor colonia y su cazadora favorita.
Empecé a darme cuenta de varias cosas que me parecían absurdas,
como que la gente asociaba “depresión” con no
tener derecho a divertirse. Si una persona con esta enfermedad sale a tomar un café
(porque a lo mejor su médico se lo dice y no lo está haciendo por voluntad
propia) ya es criticado y cuestionado ¿por qué? si precisamente la depresión
pide calle.
La gente piensa que si una persona tiene depresión, no puede salir
de vacaciones, tiene que estar en cama con el pijama llorando
desconsoladamente. La gente cree que si quedas con ella hablarás constantemente
de las negatividades de tu vida y se aparta porque no dan la oportunidad de
escuchar y comprender que hay muchos grados de depresión y que cada persona es
única e irrepetible y que tras las lágrimas se esconden personas maravillosas,
creativas, con talento, con negocios y con historias de lucha que no les
permitieron ser débiles hasta que su “cortocircuito” no se lo permitió más. Puede haber personas que en la calle sean
las más felices, que se vean sin problemas, pero al llegar a casa se hunden por
completo y mil barbaridades pasen por su cabeza.
Empezó a joderme actitudes, comparaciones y comentarios de
personas que en lugar de usarte como ejemplo de superación, usaban esas
debilidades para humillar a la persona que era comparada. Lo único que no sabían es
que precisamente ¡eso me hacía más fuerte!
Noviembre de 2016.
A pesar de mis altibajos, que los tengo, tengo una vida totalmente
normal. Hace 10 años nadie apostaba por mí, o eso me hacían sentir algunas
personas, pero hoy puedo decir que por mis santos ovarios he conseguido salir
de la oscuridad y no le debo nada a nadie.
He conseguido rodearme de la gente correcta, que me entiende, me
respeta, no me piden explicaciones cuando tengo días grises y sobre todo que me
quieren tal y como soy. Esto me llevó mucho tiempo, no fue nada fácil, pero mereció la pena. Creo
que estar rodeado de las personas adecuadas es súper importante, hacen que la
mejoría sea una realidad. No sirve de nada estar con personas que recuerden
cada día lo que haces mal porque simplemente ¡no puedes hacerlo! o te hagan
sentir un/a inútil en lugar de reforzar todo lo que haces bien y ayudarte a ser
mejor persona. Y algo que debe saber la gente es que la paciencia y la empatía
es el mejor aliado para comprender y entender.
También cuando empecé con la depresión pensé que después de unos
meses de tratamiento se curaría, pero
después de diez años me doy cuenta que realmente no tiene cura, aunque sí
mejoría, y se tiene que aprender a convivir con ello. Empieza a ser parte de tu
persona.
Mi experiencia es que la mejoría existe y, aunque nos resulte
difícil de entender a los depresivos, es que está exclusivamente en nuestra
mente, está en nuestra verdadera fuerza de voluntad, está en tener pasión por
las cosas y luchar por ellas. No hay que tener vergüenza de equivocarse, de
caerse, de cometer errores, ya que nadie es perfecto. Es difícil entender que
si nosotros queremos ¡podemos!, pero cuando se comprende,
realmente se consigue. No tenemos que sentir vergüenza de tener depresión,
debemos ser fuertes, sentirnos orgullosos y pasar de las personas. Sólo nosotros
sabemos la energía que gastamos para acabar el día y el esfuerzo que hemos
empleado para conseguir nuestros objetivos, por muy pequeños que sean. Volcarnos
en aquellas cosas y/o aficiones que nos hacen felices y proponerse que cada
lágrima será una menos cada día, nos ayudará a sentirnos mejor. Comprender que
forma parte de nuestra vida y que eso no nos impide trabajar, ni a educar, ni a
llevar una vida como cualquier otra, también nos hará sentir mejor con nosotros
mismos.
Estoy muy orgullosa de mí, porque a pesar de cargar con la depre, he conseguido superarme, he
conseguido volver a trabajar (incluso en el extranjero), tener una vida en
pareja normal y echar para adelante mi vida y mi casa, a pesar de los días
grises. Hago lo que me gusta y escribo, bien o mal, pero me hace sentir feliz.
Por eso, diez años después, he querido compartir pinceladas de mi
historia. No gano nada con esto, pero quiero dedicárselo a aquellas personas
que aún se sienten atadas a sus palabras, que no les dan voz para hablar, que
se sienten solas e incomprendidas llenas a veces de miedos, a que no se sientan
solas. Que sepan que yo también lo padezco y no lo oculto, no me avergüenzo. No
lucho contra nadie, pero sí contra esas etiquetas o estigmas que a veces
tenemos que cargar y tanto coraje me dan a veces.
Y
antes de terminar, quiero manifestar mi enfado a todas aquellas personas que
usan la “depresión” para coger bajas falsas, porque a causa de
eso las personas que realmente están enfermas es muy complicado que se las reconozca y se las tome en serio. Los falsos se aprovechan de que es más fácil comprender a una persona con la pierna
escayolada que a una persona con depresión porque no se ve nada físicamente. Es
muy fácil criticar sin saber, al igual que es muy fácil mentir usando esta dolencia. Así que por favor, la depresión merece respeto, no la usemos a nuestro antojo aprovechando que no se ve.
(Texto dedicado a mis chicas luchadoras ,ya sabéis quiénes sois)
Autora: ©Leticia Mestre.
Fotografía extraída del buscador de google.
13 DE ENERO
DÍA MUNDIAL DE LA LUCHA CONTRA LA DEPRESIÓN
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quiero leerlo,por segunda vez en otro momento,lo he leido como se suele decir rapidamente,,y quiero volver a leerlo,eres muy especial,eres una persona creativa y con una gran sonrisa,mi querida amiga te doy gracias por compartir el don de la escritura y de transmitir con ella todo lo que deseas..un gran besoooo..
ResponderEliminarMi niña, hermosas y duras palabras. Lo he compartido, para que mis contactos lo puedan leer y ver que no son los únicos con este problema. Besazos cieloteeeee
ResponderEliminarEres maravillosa y me encanta tu manera de expresar unos sentimientos tan duros como puros
ResponderEliminarGracias 🫂
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