remando iba río arriba.
La luna su linterna,
tan luminosa y llena
es su compañera.
Mientras las estrellas
le cantaban a la marejadilla,
las gotras de lluvia
corrían por sus mejillas.
Iba soltando la cuerda,
que deslizaba
como una vida eterna,
como la muerte
y tan corta como
la felicidad plena.
Desatando los nudos del alma
sacó la caña de pescar
pensando que a la luna
podía llegar
nadando por los mares
de unos sueños
que no acabarían jamás.
Y aquella noche,
en la que había ido río arriba,
pescó con su caña
el alma de un corazón
que había perdido la razón,
un corazón sensible
que había sufrido por amor.
Pensó en volver a puerto con él,
pero éste no podía olvidar
el pasado que tando daño
le habían hecho pasar.
¿Qué hacer?
¿Dejar aquel corazón yacer?
¿Dejar que el corazón encontrado
acabara ahogado?
¿Dejar que su alma siguiera vagando?
La decisión fue difícil
después de varias horas hablando
con aquel ser dañado,
por un sentimiento
más fuerte que el hambre
de varios días acumulados.
Pero entendió los motivos
por los que no podía volver
a vivir una vida terrenal
sin poder amar ni querer.
No fue capaz de ayudarlo,
el corazón estaba roto
por el desamor
que le habían causado.
No quería volver a tierra,
se sentía engañado
por los demás corazones
- le habían hecho añicos
el sensible alma que la vida
se había encargado
de romper cada día.-
Volvió solo,
dejando atrás aquella ilusión
errante de deseos y esperanzas
de no vivir para no volver a sufrir.
La lluvia cesó
y dejaron de correr
las gotas por sus mejillas.
Los peces, la brisa
y la oscuridad grisácea
le hacían compañía
mientras seguía
remando río arriba.
©Leticia Mestre
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